Revista Cultura y Ocio

Stoner - John Williams

Publicado el 23 junio 2021 por Elpajaroverde
"William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Missouri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. Cuando murió, sus colegas donaron en su memoria un manuscrito medieval a la biblioteca de la Universidad. Este manuscrito aún puede encontrarse en la Colección de Libros Raros, portando la siguiente inscripción: "Donado a la Biblioteca de la Universidad de Missouri, en memoria de William Stoner, Departamento de Inglés. Por sus colegas"".

Así comienza esta novela que os traigo hoy. Es ese primer párrafo un ejemplo de perfección literaria. Es un microrrelato en sí mismo. Es una reseña biográfica de un personaje ficticio que, por obra y arte de John Williams, se me antoja persona real. Es armonía, cadencia, suavidad, música. Es la elección justa de palabras pero sin que esa elección se muestre trabajosa. Todo fluye. Una palabra lleva a otra como si no pudiera ser de otra manera. Es como si John Williams escribiera con absoluta facilidad. Y es así desde ese párrafo inicial hasta el final.

La novela se titula Stoner, aunque bien podría haberse titulado, se me ocurre pensar, Una vida, pues una vida es lo que se narra en ella: una vida anodina, con poco que destacar, carente de pretensiones, tan corriente como cualquier otra, tan parecida a la de cualquiera y a la vez tan única.

"Nada había cambiado. Sus vidas se habían consumido en un trabajo triste, rotas sus voluntades, sus inteligencias embotadas. Ahora yacían en la tierra a la que habían entregado sus vidas y, paulatinamente, año tras año, la tierra les acogería. Lentamente la humedad y la descomposición infestarían las cajas de pino que contenían sus cuerpos y, gradualmente, tocaría sus carnes hasta acabar consumiendo los últimos vestigios de sus sustancias. Y se convertirían en parte irrelevante de aquella obcecada tierra a la que en el pasado entregaron sus vidas".
Stoner - John Williams

La vida que se narra en esta novela es la de William Stoner, una vida que, sin embargo, podría haber sido otra. Una especie de estupor es lo que invade a un joven William cuando su padre comparte con él sus planes de enviarle a la universidad. Su progenitor piensa que los estudios agrícolas pueden ser beneficiosos para la granja en la que se ha criado su único hijo y a la que tanto él como su esposa han consagrado su vida. Poco sospecha entonces el granjero que el futuro estudiante no regresará. Poco lo sospecha asimismo aquel que llega a la Universidad de Missouri con el mismo estupor con el que deja la granja familiar, apenas el único lugar del mundo que por entonces conoce.

Es en su segundo curso en la universidad que Stoner vive "una especie de conversión, una epifanía de conocimiento a través de las palabras que no podía ser explicada con palabras". Esa revelación es una especie de milagro. Creo que todos hemos experimentado algún milagro así, una experiencia que silencia todo lo superfluo, despeja el horizonte y abre e ilumina el camino a seguir; un camino que desconocíamos al igual que hasta ese instante nos desconocíamos a nosotros mismos. Todos, aunque solo fuera una única vez en nuestras vidas, deberíamos experimentar algo así.

El causante de esa revelación es un profesor. A saber si el propio William Stoner causará alguna experiencia similar en alguno de sus alumnos a lo largo de su vida docente, de esa vida en la que, al principio, "las cosas que llevaba muy dentro de sí eran profundamente traicionadas cuando hablaba de ellas en sus clases; lo que estaba más vivo se marchitaba en sus palabras y lo que le emocionaba más se volvía frío al pronunciarlo", hasta que, finalmente, "el amor a la literatura, al lenguaje, al misterio de la mente y el corazón manifestándose en la nimia, extraña e inesperada combinación de letras y palabras, en la tinta más negra y fría... el amor que había ocultado, como si fuese ilícito y peligroso, empezó a exhibirse, vacilante en un principio, luego con temeridad y finalmente con orgullo". A saber, pues, si ese amor inoculará más amor. Si cada profesor consiguiese eso aunque tan solo fuese con uno de sus alumnos, bien provechosa podría considerar su vida profesional. Si además de iluminar es capaz de detectar al sujeto de su iluminación y de guiar y acompañar...

""¿Pero no lo sabe, señor Stoner?", preguntó Sloane. "¿Aún no se comprende a sí mismo? Usted va a ser profesor".

"Estoy seguro", dijo Sloane suavemente.

"¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede estar seguro?".

"Es amor, señor Stoner", dijo Sloane jovial. "Usted está enamorado. Así de sencillo"".

Así de sencillo. Así comienza a olvidarse William Stoner de las asignaturas relacionadas con los estudios agrícolas que había iniciado un año atrás. Así comienza a interesarse por la lengua inglesa y vira su formación académica hacia el conocimiento de la misma, afrontando ahora sus nuevas asignaturas "como si tales estudios fueran la vida misma y no un medio específico para un fin concreto". Así sabe ya inconscientemente, aunque no se percatará de ello hasta que el profesor Sloane se lo haga ver, que no volverá a la granja y que su futuro, como ya lo está su presente, está ligado a la universidad.

La universidad, como le dice un amigo de juventud cuyo recuerdo lo acompañará siempre, "es un sanatorio o -¿cómo lo llaman ahora?-, una casa de reposo, para los enfermos, los ancianos, los infelices y los incompetentes en general. Mirad nosotros tres... somos la universidad. Un extraño no sabría que tenemos tanto en común, pero nosotros sí lo sabemos, ¿a que sí? Lo sabemos bien". Stoner lo sabrá bien. Cuando se de "cuenta de la futilidad y el sinsentido de comprometerse por completo con las oscuras fuerzas irracionales que empujaban al mundo hacia su final incierto", constatará que le queda "la fe cautelosa que la universidad encarnaba. Se dijo que no era mucho pero sabía que eso era todo lo que tenía". No es poco para un enfermo incapaz de habitar en el mundo.

"Tú tampoco te escapas, amigo. Para nada. ¿Quién eres tú? ¿Un sencillo hombre de campo, como te finges? Oh, no. Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo -más listo al menos que nuestro mutuo amigo-. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad. Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Bueno, en el mundo lo aprenderías rápido. Tú también estás destinado al fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. No podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo".

Sí, Stoner es demasiado débil para saber manejarse en el mundo y demasiado fuerte para dejar de ser fiel a sus principios. La universidad no es tal idílico santuario del conocimiento sino a menudo fuente de tejemanejes y nido de viejas inquinas. En su vida íntima (no diré personal, pues para hombres como Stoner la vida profesional es también personal), efectivamente se dejará masticar y ni siquiera se quedará pensando qué salió mal pues es un hombre rendido de antemano, sabedor de su incapacidad y conocedor de la magnitud de su enemigo íntimo. Y es que la vida a veces puede ser una guerra en permanente tregua.

Las guerras de verdad, sin embargo, pocas veces dan tregua. Primera, Segunda Guerra Mundial, guerras ajenas, como la Civil Española, se suceden a lo largo de los años de vida de William Stoner. Las guerras obligan a posicionarse, aunque hay quien prefiera no hacerlo, aunque haya quien impele a otros a "recordar lo que es, lo que ha elegido ser y el significado de lo que hace. Hay guerras, derrotas y victorias de la raza humana que no son militares". Pues "una guerra no sólo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos de miles de jóvenes. Mata algo en la gente que no puede recuperarse nunca. Y si alguien pasa por suficientes guerras, pronto todo lo que queda es el bruto, la criatura que nosotros -usted y yo, y otros como nosotros- han sacado del fango. [...] A un universitario no debería pedírsele que destruya lo que ha consagrado su vida en construir". Pero ¿qué vida es la que ha construido Stoner?

Stoner es, en muchas ocasiones, al igual que muchos de nosotros somos en demasiadas ocasiones, un hombre por el que la vida pasa más que un hombre que pasa por la vida. Aun así, hay momentos en los que siente que casi es feliz, porque la felicidad también puede ser saber acoplarse a esa vida que nos pasa. Aun así, o mejor aún por ese así, no deja de llegar a ese punto al que todos alguna vez llegamos "en el que le asaltaba, con intensidad creciente, una cuestión de una simplicidad tan aplastante que carecía de recursos para afrontarla. Se empezó a preguntar si su vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido. Era una duda, sospechaba, que le llegaba a todo el mundo tarde o temprano. Se preguntaba si a los demás les sobrevenía con la misma fuerza impersonal que le llegaba a él. [...] Hallaba un gusto siniestro e irónico en la posibilidad de que, con la poca formación que se había procurado, se las había arreglado para llegar a una certeza: que a la larga todas las cosas, incluso el conocimiento que le permitía saber esto, eran fútiles y vacías y que al final empequeñecían hasta convertirse en una nada donde ya no cambiaban".

"Había soñado con un tipo de integridad, un tipo de pureza cabal, había hallado compromiso y la desviación violenta de la trivialidad. Se le había concedido la sabiduría y al cabo de largos años había encontrado ignorancia. ¿Y qué más?, pensó. ¿Qué más?

¿Qué esperabas?, se preguntó".

¿Qué esperamos?
"Deseo y aprendizaje", [...]. En realidad eso es todo, ¿verdad?"

En realidad, eso es algo que tardamos en aprender. Claro que sería demasiada ventaja saberlo de antemano. Claro que así la vida perdería su gracia.

En realidad, eso es algo de lo que muchos dirían (si es que llegan a aprenderlo), que no es lo que esperaban. Claro que William Stoner no es uno de esos muchos. Claro que William Stoner es uno de muchos que "habían sido criados en una tradición que les decía, de una manera u otra, que la vida mental y la vida de los sentidos eran distintas y, de hecho, contrapuestas. Habían creído, sin ni siquiera haberlo meditado realmente, que una tenía que ser elegida a expensas de la otra. Nunca se les había ocurrido que una pudiera dar intensidad a la otra". Y cuando a alguien se le ocurre, cuando alguien lo descubre, para ese alguien es casi casi como otra revelación.

"No sé qué hubiese hecho de no haber sido profesor. Si no hubiera dado clase, hubiese sido...", confiesa el profesor Stoner sin saber cómo continuar porque tal vez no se imagina siendo otra cosa. Al fin y al cabo, "su vida era lo que él quería que fuese. Estudiaba y escribía cuando no preparaba clases, o corregía ejercicios, o leía tesis". Y es esa vida la que nos cuenta John Williams en esta novela: la vida de un profesor; la vida de un hombre íntegro, a veces inquebrantable, demasiadas otras pusilánime; y una vida llena de amor, porque amar es la única manera de que la vida pase por nosotros y poder sentir que hemos vivido.

"El amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí. En su juventud lo había dado sin pensar, lo había dado al conocimiento que le había revelado -¿hace cuántos años?- Archer Sloane; se lo había dado a Edith, en aquellos primeros días tontos y ciegos de cortejo y matrimonio, y se lo había dado a Katherine, como si nunca antes lo hubiera hecho. Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo. No se trataba de una pasión ni de la mente ni de la carne; era más bien una fuerza que comprendía a ambas, como si fuese, más que un asunto de amor, su sustancia específica. A una mujer o a un poema, simplemente decía: ¡Mira! Estoy vivo".

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