Revista En Femenino

¿Inmadura, yo? Sí, y a mucha honra:

Por Odellera

Reflexiones


¿Inmadura, yo?

De pequeña me pasaba la vida queriendo ser mayor. Cada vez que había alguna actividad que no podía hacer, indefectiblemente contaba los días que me faltaban para cumplir los 10, 12, 16, 18, o los años que fueran, para poder llevar a cabo lo que en esos momentos me vetaban debido a mi edad. Algo bastante frustrante, debo decir, porque a esa tierna edad, el tiempo me pasaba más lento que un caracol con problemas de movilidad.
Después, me hice mayor, y descubrí que el «hijoputa» de Einstein tenía razón, que todo es relativo. Ahora ya no cuento cuántos días que faltan para el día X. Sólo me pregunto si llegaré al día X. Mi vida avanza a una velocidad vertiginosa, como si alguien hubiera pulsado el botón de Fast Foward (lo que algunos llaman el rebobinado hacia adelante). Y  lo peor, es que no acabo de ver la gracia a eso de ser adulto; todo son responsabilidades y, en general, poca diversión.

Inmaduros y sus consecuencias:

El día en que descubrí que ser mayor no implica ser adulto, me llevé un chasco. Porque una cosa es la edad biológica y otra distinta la madurez psicológica. Y lo más triste: en general, todo el mundo se disfraza de algo que no es.
Cuando iba al colegio no soportaba a los grupillos, que cotillearan sobre otros, y que se hiciera bullying a algunos compañeros; en esa época hablábamos de matones de recreo, pero los anglicismos suenan más cool. Pensaba, inocente de mí, que esos comportamientos se solucionarían con la edad. ¡Qué equivocada que estaba! Los adultos hacen exactamente lo mismo que los niños. Son el mismo perro con distinto collar. Y esas personas indeseables que antes atacaban a sus compañeros de clase, ahora se han convertido en los padres y madres que utilizan los grupos de Whatsapp para emponzoñar y crear malestar entre los padres de los compañeros de clase de sus retoños.

Con eso no quiero decir que ser inmaduro esté mal. De hecho, creo que ser inmaduro es muy sano. Yo lo soy, y a mucha honra. Pero mi naturaleza no está reprimida, o descontrolada, sino equilibrada. Qué diferencia hay entre unos inmaduros y otros, te preguntarás. Mmmm… a ver como lo explico… ¡Ah, ya está! pondré unos ejemplos gráficos!.

  • Un inmaduro es como un niño en busca de dulces.
  • Los inmaduros descontrolados, van zapándose todo el dulce que pillan, sin criterio.
  • Por otro lado, los inmaduros equilibrados saben que comer dulces no es malo, pero son selectivos. Disfrutan de su naturaleza golosa, comiendo pasteles, bollos, piruletas, o lo que se tercie, siempre que la situación lo permita.
  • En cambio, el inmaduro reprimido, es el que desea con todas sus fuerzas comer dulces, aunque considera, equivocadamente, que sólo puede hacerlo en contadas ocasiones. Se define como adulto, y por tanto, tiene que esperar al momento oportuno. El problema estriba en que esos momentos que ellos creen que son socialmente aceptables para dar rienda suelta a su verdadera naturaleza son tan pocos, que acostumbran a empacharse. Te pondré algunos ejemplos.

Algunos ejemplos visuales de inmaduros:

Las bodas son la mejor oportunidad para ver a inmaduros reprimidos, dándose un atracón de inmadurez. Fíjate sino en la chica del vestido rojo.

En contraste, los inmaduros descontrolados, se empeñan en hacer gilipolleces (así es como se llaman las chiquilladas una vez somos adultos) continuamente y, junto a los inmaduros reprimidos, suelen ser carne de vídeos como este. ¡Madre mía del amor hermoso! Pa’berse matao

😛

En cambio, los inmaduros equilibrados, siempre saben cuál es el momento más oportuno para dar rienda suelta al niño que llevan en su interior. Como esta abuelita. ¡Yo de mayor quiero ser como ella!

Mis locuras de inmadura equilibrada (aunque a veces parezca desequilibrada):

#Bailar. Esa es una de mis locuras de inmadura equilibrada. No lo hago en plan: me muevo que te cagas. Lo hago en plan: ahora voy a hacer el tonto y nos reímos todos un rato. Aunque la que se troncha soy yo, porque mi hijo, suele taparse la cara para no verme. Le da vergüenza. Y es que cuando menos se lo esperan, me levanto del sofá, bailando al ritmo de una musiquilla de anuncio o de teleserie, haciendo movimientos de lo más ridículo. ¡Ala!

#Imitar. Imito a todo el que se ponga por delante. No para mofarme, claro. Sino para reírme de mí misma, de mis salidas absurdas y de paso, dar un poco de salsa a la vida. Por cierto, mi hijo es un crack de las imitaciones, y sólo tiene 10 años. De casta le viene al galgo.

#Bromear sobre cualquier cosa. Quizás debido a mi pasado, al hecho de tener que enfrentarme a la muerte (de otros, no a la mía), estoy dotada de un sentido del humor peculiar. Me río de casi todo. Normalmente, de mí misma. A veces me dicen que soy un poco bruta, aunque siempre lo hacen entre risas. Cuando me quedé embarazada, me aconsejaron que no lo dijera, que todavía era pronto y aún podía perder al bebé (tabús habituales). A lo que yo respondí: pues si lo pierdo, que me ayuden a buscarlo. El embarazo no fue bien, y aunque lo pasé fatal, seguí con mi humor: tendría que habérselo dicho a más gente, no lo encuentran (al bebé). Bromear sobre lo que duele es la mejor terapia para combatir la tristeza.

#Chistes o salidas graciosas. Mi familia siempre me pide que cuente algún chiste, básicamente por dos motivos: porque tengo memoria para acordarme de unos cuantos y porque, según ellos, tengo gracia para explicarlos. A veces también tengo salidas graciosas, de mi propia cosecha; ni yo misma me las espero. Será que aún poseo esa esencia de libertad que vamos perdiendo a medida que crecemos. Ayer mismo, mi marido me comentaba, todo serio, una de las cláusulas de su nuevo contrato de trabajo, la cual está redactada de tal manera, que da la impresión que tenga que consagrar su vida a la empresa.

—Joder, sólo les falta pedirte que firmes el contrato con sangre —. solté de repente.

Evidentemente, él no pudo hacer otra cosa que ponerse a reír. Primero, porque no se lo esperaba, y segundo, porque se lo dije con guasa. Y es que yo soy así. Muy complicada tiene que ser la cosa para que no me cachondee (aunque sólo sea un poquito).

#Ilusión y juego. Que triste. De mayores perdemos la ilusión de cuando éramos niños. Esas mariposas en el estómago al ir al parque de atracciones. Esos nervios cuando los Reyes Magos (o Papá Noel) venían a dejarnos regalos. Esa emoción del primer día de vacaciones de verano; vale, puede que el primer día de vacaciones del curro también sea emocionante, pero no es lo mismo. Ahora en cambio, las únicas mariposas que yo siento en el estómago, es cuando estoy sobre la montaña rusa y tengo ganas de potar. Sin embargo, en mi favor diré que, como inmadura equilibrada que soy, sigo emocionándome al ver una tienda llena de peluches; me entran unas ganas irrefrenables de tirarme encima de uno de esos osos gigantes (no lo hago porque entonces sería una inmadura descontrolada). Alucino cuando veo objetos brillantes y/o con lentejuelas (como los zapatos de Dorothy en el Mago de Oz). Elaboro uñas postizas con la piel de los Mini Babybel y me dejo arrastrar por las olas de la orilla en la playa, revolcándome por la arena como una croqueta (lo digo por lo del rebozado, no por la forma. Que una aún conserva algo de silueta).

Seguro que me dejo alguna locura más de las que hago, pero si me acuerdo de alguna más, ya haré otro post para explicarla; a riesgo de perder lectoras debido a mi «frikismo».

¿Y tú, en qué grupo estás? ¿Descontrolada, equilibrada o reprimida? No olvides contarlo en los comentarios. Nos morimos de ganas por saberlo.

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About the Author
¿Inmadura, yo? Sí, y a mucha honra:

Olga

Adicta al chocolate y soñadora. Me dedico a escribir por placer.

Amigas 4Ever: Ada

24 Julio, 2017

Amigas 4Ever: Carla Lamadrid

20 Julio, 2017

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