Revista Sociedad

Carne de frontera

Por Piniella

Carne de frontera

La Frontera es quizás un espacio extra-temporal. No sé si habréis leído un libro de Vargas Llosa que se llama La guerra del fin del Mundo, donde los personajes juegan a una especie de enjambre de seres marginados que se mueven de un sitio a otro por pura supervivencia, sin tener clara la noción del tiempo o el espacio. Llevaba tiempo sin pasar una frontera, desde que se firmara el acuerdo de Schengen de 1985. Más allá de lo que puede ser un control de aeropuerto no recordaba el agridulce sabor de la frontera de la línea en la carretera: de aquí para allá los tuyos y de allá para aquí los mios. Eso es lo que he vivido este fin de semana en un par de ocasiones en la frontera del Tarajal, la que une Marruecos con España, o mejor sería Ceuta con Castillejos. Es la frontera en su esencia. Lo peor de la estupidez humana, la división de buenos y malos, de moros y cristianos, de europeos y africanos,... el lenguaje binario en su máxima expresión. Una estupidez que pagan los que viven de las miserias de una carga de bidones de detergentes plastificados entre pecho y espalda, o los que se juegan la vida en los bajos de un autobús para encontrar el Dorado, que añoran desde la parabólica con la que ven la Tele del Primer Mundo. Reconozco que es un espectáculo de la hipocresía de la mal llamada Alianza de Civilizaciones, porque en el fondo hay ricos y pobres, y la línea necesita ponerse en algún sitio. La frontera de ese anacronismo que es Ceuta o Melilla nos sirve, en el fondo, para poner los pies en la Tierra.

A propósito, cuando te ponen un montón de pegas para pasar y te dicen en voz baja un policía -"Comisión, paisa", ya saben qué significa: que en toda fronteras hay impuestos que pagar, porque en el fondo todos tenemos un precio. Bendito ese pueblo luxemburgués de Shengen, que no tengo ni idea dónde está. Sean felices en nuestro Mundo feliz y estanco.

Frontera - Jorge Drexler


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