Revista Talentos

Carl Sagan. PARTE 1: La persistencia de la memoria

Por Majelola @majelola

En el año 1977 Tony Leblanc nos dejó con cara de lelos ante el televisor, mientras él pelaba tranquilamente, y se comía, una manzana en el escenario. Tres años después -cinco en España-, hubo alguien que nos sorprendió más si cabe utilizando otra manzana en un plató. Todavía me emociona verle explicando la cuarta dimensión con la ayuda de dicha fruta y unos cuantos recortes de papel. Comenzaba la década de los 80 y yo tenía 25 años cuando descubrí el COSMOS de la mano de un auténtico explorador de lujo: Carl Sagan. Nunca antes me habían invitado a un viaje tan fantástico y tan real al mismo tiempo; tan inconmensurable, hermoso y emocionante. Un viaje donde se entrelazaba la ciencia con la ética y la poesía. Aquel inmenso comunicador, aquel ser humano único lo hizo posible.

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Le encantaba la mitología griega y la literatura de ciencia ficción, y devoraba los cómics que recreaban las historias alienígenas de Burroughs. Por entonces poco se sabía de la luna, y menos aun de los demás planetas. Los canales de Marte alimentaban toda clase de especulaciones, y eran muchos los que se preguntaban seriamente si constituían una prueba de que el planeta rojo albergaba vida inteligente. El pequeño Carl era uno de ellos, y por las noches miraba las estrellas y soñaba con que viniera una nave marciana para llevárselo allí.

Cuentan que un día, durante su infancia, estaba con unos amigos experimentando con un juego de química que habían conseguido, para chicos más mayores. No se sabe cómo, pero aquello explotó. Se quemaron algunas cejas y se chamuscaron algunos flequillos. Rachel no les castigó, en lugar de eso les explicó que no debían volver a hacerlo. Lo curioso fue la conclusión de Carl:

-Estas son las cosas que suceden cuando uno experimenta con la ciencia.

Y es que ya estaba asentando en su vida las bases del criterio científico. Pero su madre quería que fuera pianista, y casi lo consigue, porque el joven Sagan tocaba el piano magníficamente, y llegó a dar un concierto de estudiantes en el Carnegie Hall. Afortunadamente para nosotros, la curiosidad del joven pudo más que la notable influencia de su progenitora. He encontrado un vídeo del pequeño Carl tocando el piano, y también otros muchos documentos aquí. Ha sido increíble verle, y conmovedor.

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Unos pocos años después nació Carol, su única hermana, que justo es decirlo, no tuvo las mismas oportunidades debido a la manifiesta preferencia de Rachel por su primogénito. Los hermanos no obstante, se querían mucho y tuvieron una relación muy buena hasta que a los 16 años Carl se marchó de Brooklyn para matricularse en la Universidad de Chicago; a partir de entonces se verían menos. En 1954, se graduó en artes con honores especiales, un año más tarde en ciencias con un máster en Física, y cuatro después se dotoraría en Astronomía y Astrofísica.

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Desde muy joven Carl supo rodearse de mentes brillantes, incluso antes de ser reconocido por sus propios logros, y aunque de natural era algo tímido, desarrolló unas habilidades sociales impresionantes: en la conversación era encantador, en las intervenciones públicas carismático, en las discusiones convincente. Tenía carácter, y pecaba un tanto de arrogante, pero su gran simpatía y talento maravillaban a cuantos le conocían. Rara vez dejaba de sonreír.

Como profesor era maravilloso. Dio clases en Harvard, aunque allí fue un incomprendido; y en Cornell, donde encontró un ambiente más abierto y dispuesto hacia campos experimentales como el suyo. Allí fue director del Laboratorio de Estudios Planetarios, y codirector del Centro de Radiofísica e Investigación Espacial de Cornell. Trabajó como asesor para la NASA. Fue instructor del Programa Apolo, y su nombre está ligado a importantes proyectos como los de las sondas Mariner, Pioneer 10 y 11, Viking 1 y 2, las naves Voyager 1 y 2, la sonda Galileo y el programa SETI.


¿Se equivocó? Si, varias veces, pero son infinitamente más grandes sus aciertos y logros. Por ejemplo un informe suyo fue decisivo para descubrir las altas temperaturas en la superficie de Venus, prediciendo que era un planeta seco y muy caliente, unos 380ºC; hoy parece obvio, pero entonces algunos científicos pensaban que Venus tenía un clima templado y apto para la vida. En 1962 la Mariner 2 confirmó las teorías de Sagan. También dijo que Titán, una de las lunas de Saturno podría tener componentes líquidos en la superficie; y que Europa, una luna de Júpiter, seguramente tenía océanos subterráneos. Esta hipótesis fue confirmada por la sonda espacial Galileo, y se demostró que en Titán había una lluvia constante de moléculas orgánicas complejas. No he logrado documentarlo, pero en un podcast de ciencia he oído que fue Sagan quien advirtió de que la Gran Mancha Roja de Júpiter podía ser una tormenta descomunal.

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Pero no sólo trabajaba, aunque lo hacía la mayor parte de su tiempo. Se casó tres veces. Su primera esposa, Lynn Margulis, es una brillante bióloga que acumula importantes premios y distinciones en su campo. La relación fue tormentosa desde el principio; discutían y volvían a reunirse una y otra vez durante años, hasta que acabaron divorciándose después de tener dos hijos. Se casó por segunda vez con una artista y guionista llamada Linda Salzman, quien haría el dibujo de la placa de las Pioneer y con la que tuvo otro hijo. La tercera fue la mujer de su vida, según afirmó él en muchas ocasiones. Se llamaba y se llama Ann Druyan, y es escritora y activista, una mujer culta y guapa con la que compartía inquietudes y sueños. Se conocieron en Florida durante los preparativos del lanzamiento de la sonda Viking y fue un amor a primera vista. Pero ella estaba prometida con un editor de la revista " Rolling Stone" y él estaba casado, así que aunque los momentos compartidos en el trabajo eran chispeantes, no se confesaron sus verdaderos sentimientos... durante algún tiempo. En 1977 Ann era directora creativa de la grabación Voyager. Entonces descubrió una melodía china de 2.500 años de antigüedad que consideró ideal para incluir en el disco. Estaba tan emocionada que llamó a Carl por teléfono, pero tuvo que dejarle un mensaje. Cuando él le devolvió la llamada estuvieron hablando una hora, y en el momento de colgar el teléfono, sin haber tenido una sola cita romántica con anterioridad, ya estaban comprometidos para casarse. Su amor duró 15 años, hasta la muerte de Carl.


Cuando Carl se lo comunicó a Linda, ella no se lo tomó bien; le dijo que antes de concederle el divorcio ella quería tener otro hijo, y del mismo padre que el primero; pero lógicamente Carl no estaba por la labor. Después de cuatro años de tira y afloja obtuvo el divorcio. Con Ann tuvo dos hijos; el cuarto varón de su descendencia y la única niña, su querida y linda Sasha.

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Hay dos asteroides, el número 2709-Sagan y el 4970-Druyan, a los que sus descubridores pusieron esos nombres en diferentes años. Ambos están encerrados en una órbita eterna del cinturón de asteroides que discurre entre Marte y Júpiter. No se me ocurre mejor alegoría del amor eterno.

No sería lo único curioso a lo que los científicos adjudicarían el nombre de su ilustre colega. El sagan es un número igual a 4 billones, en homenaje a una expresión célebre que en realidad nunca pronunció: "billions and billions", salvo por escrito en su último libro titulado así como simpática concesión a sus imitadores.

Porque, sí; Carl era un estupendo escritor. Llegó a publicar una veintena de libros, y en 1978 ganó el Premio Pulitzer para obras de no ficciòn con Los Dragones del Edén. Linda hizo una importante labor de documentación para este libro, que combina la evolución biológica, la antropología, la genética y las neurociencias para explicar el desarrollo de la inteligencia humana.

Junto con Ann Druyan escribiría un guión de cine para una película que años más tardesería dirigida por Robet Zemeckis y protagonizada por Jodie Foster y Matthew McConaughey, con el elocuente título de Contact, obra que por desgracia no llegaría a ver terminada. A partir del guión Sagan tendría la idea de escribir una novela con el mismo título, que difiere algo de la película y en mi opinión la supera. También escribiría como guionista principal, y en colaboración con Ann Druyan y Steven Soter la maravillosa serie Cosmos, pero no me extenderé aquí hablando de ella, porque le dedicaré la segunda parte de este artículo en una próxima entrada.

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Un día, preocupada por un grande y persistente cardenal que le había visto a su marido, Ann le envió al médico. La llamaron días después para decirle que habían confundido la prueba con la de otro paciente.

-¿Dónde está Carl? -le preguntó el médico.
-Dando una conferencia -respondió ella.
-Entonces sin duda debe ser una confusión, porque esta sangre es de una persona gravemente enferma.

Tras repetirse los análisis les llegó la terrible noticia: Sagan padecía una rara enfermedad, un cáncer de sangre llamado mielodisplasia. Le dieron seis meses de vida si no encontraba un donante de médula. Su hermana Carol era compatible y se ofreció generosamente: "Toma lo que necesites; un pulmón, un riñón... lo que sea".

El proceso fue extraordinariamente duro, y la operación un éxito, pero no tuvo efecto, y el paciente hubo de someterse a una segunda intervención que tampoco funcionó. Entonces le dijeron que la única solución era exponerle a unas dosis de radiación tan altas que le producirían cáncer, pero que eso a cambio le reportaría algunos años más de vida. Carl aceptó; había demasiadas cosas en el mundo que le importaban, y escéptico como era sabía que con la muerte se acababa todo, así que viviría todo el tiempo que le fuera posible. Le he visto en vídeos y fotos de aquella época, son imágenes cargadas de dignidad pero muy tristes. Un hombre envejecido prematuramente y casi de golpe, un científico que seguía esforzándose por salvar nuestro hermoso planeta y que alzaba su voz contra la destructiva sinrazón humana, un apasionado de la vida hecho trizas por dentro, pero con el entusiasmo intacto, y que a pesar de todo, seguía creyendo en las capacidades de la humanidad para enmendar sus errores a tiempo; aunque visto lo que vio, le preocupaba seriamente que no lo lográramos.

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Luchó contra la carrera armamentística, en un mundo enloquecido en plena guerra fría que había emprendido un camino de no retorno para nuestra civilización. Presentó su dimisión irrevocable ante el Consejo Científico Asesor de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. y rechazó voluntariamente su autorización de acceso a asuntos de alto secreto, como protesta por la guerra de Vietnam.

Explicó en todos los foros que pudo cómo una serie de explosiones nucleares simultáneas, incluso a pequeña escala, podrían provocar un invierno nuclear -término que él acuñó-, y convertirían la tierra en un erial como Marte o en un infierno como Venus. Al acumular tanto conocimiento sobre otros mundos comprendió como nadie lo que podía suceder en el nuestro. Pero no era el único preocupado. Había una auténtica psicosis generalizada con el asunto y de alguna manera se había internalizado en el imaginario colectivo. Por eso llamadas de atención como la de Un punto azul pálido (¡qué conmovedoras y vibrantes palabras!) nos daban mucho que pensar. Hoy nos parece una reflexión obvia pero él fue el primero en hacerla a los cuatro vientos. Tómate dos minutos y disfrútala. A mí se me pone la carne de gallina.

Este gran hombre no dudó en exponer su prestigio científico en aras de un sueño para él mayor: hacer de la ciencia algo comprensible, algo a lo que cualquiera pudiese asomarse, algo de lo que todos pudieran maravillarse y algo a lo que amar. Sabía que el cosmos era algo demasiado grande e importante como para que su conocimiento estuviera en posesión de sólo unos pocos. Pensaba que si nos dábamos cuenta de lo milagrosa que era nuestra existencia la cuidaríamos, y nos dijo: Acompañadme y os lo mostraré.

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